miércoles, 17 de noviembre de 2010

La avenida Kirchner, un homenaje a las apuradas.

Hace unos pocos días murió el ex presidente de la República Argentina, Néstor Kirchner. Y desde hace menos días aún, existe una avenida con su nombre en el lado oeste de la ciudad de San Miguel de Tucumán. El Honorable Concejo Deliberante no tuvo reparos en sesionar rápidamente aprobando el cambio de nombre de la Avenida Roca, desde Avenida Alem hasta el empalme con la Ruta Nacional 38, por el de Avenida Presidente Néstor Kirchner Esa demostración de las habilidades ejecutivas y obsecuentes de nuestros representantes dio como resultado una apresurada 'lavada de cara' de la ya deteriorada ex avenida Presidente Roca, consolidando un craso paisaje.

Tan rápido fue todo: el deceso de Kirchner, el bombardeo de especulaciones sobre el futuro político del país por parte del periodismo opositor, las inacabables apologías de los medios oficialistas, que faltaban las horas del día para poder atender tantas campanas. Pero nunca es poco cuando sobreviene una noticia tan nefasta para unos y tan admonitoria para otros. Los menos, claro está, buscaron la mesura, el recato y el respeto ante la muerte. Pocos fueron los que callaron y suspendieron el juicio ante el hecho político más importante del año.
Nuestros funcionarios no se incluyeron en ese conjunto. Inmediatamente se sumaron a los muchísimos homenajes y ruidosos discursos laudatorios hacia el difunto desde el peronismo, que trata de mitificar la imagen del kirchnerismo, en vista a las próximas elecciones.
Pero en Tucumán fuimos un paso más allá, y nos pusimos a la altura de Rio Gallegos, donde también se cambió el nombre de una calle, que casualmente se llamaba Presidente Roca. Con la única diferencia que esa determinación forzó la renuncia de la titular de la Comisión de Toponimia, Edda Zanarello. La funcionaria dijo a una radio de Río Gallegos: “siempre en un cambio de nombre o la imposición de un nombre a una calle no nominada, pasa por la Comisión de Toponimia, pero acá a los concejales les agarró un ataque de urgencia e hicieron todo a ese nivel sin que pasara por la comisión de vecinos que, con mucho gusto, hubiera aportado como lo hacemos siempre.”

Mientras tanto en nuestra ciudad, nadie renunció, ningún funcionario expresó malestar por haber sido “puenteado” en la instrucción de urgencia de tamaña medida. Finalmente hoy, tenemos una avenida cuyo maquillaje nos recuerda el rostro de una vieja meretriz que ya no tiene paciencia para detalles como corregir el rubor o arquearse las pestañas con esmero. Una veloz aplicación de rouge, un poco de perfume barato, y nuevamente a la calle.

Y para comprobar esto, Nueva Sustancia recorrió la avenida Kirchner (inútil llamarla flamante) y pudo observar la inmensa diferencia entre lo nominal y lo real de la avenida en cuestión. La importante arteria presenta innumerables baches, saltos, precarios arreglos que son resabio de obras de la compañía de aguas SAT y sus incursiones cloacales, además de pozos de todas formas y tamaños. Sobre ese terreno escabroso, y sobre el peligro que representa para ciclistas y motociclistas, se pintaron líneas blancas que marcan carriles que ignoran los conductores de camiones, taxis, colectivos, automóviles y temblequeantes ciclistas que por ella transitan. Hay obreros municipales decorando los postes de luz, los árboles de la platabanda, los cordones de las aceras, ensayando sendas peatonales, etcétera.

Obviamente, el caos vehicular domina el panorama, como de costumbre, sobre el mismo cemento agrietado y mal parchado, pero con otro nombre, un nombre que nos recordará durante mucho tiempo la obsecuencia y la falta de sentido común, de auténtica buena voluntad de la dirigencia política para solucionar los verdaderos problemas de los ciudadanos.

Si comúnmente a las avenidas se les llama “arterias”, a esos baches y montículos de desprolijo y peligroso asfalto podríamos llamarlos “ateromas”. Y esperemos que sólo hasta allí llegue la comparación. Porque se llame como se llame, los vecinos necesitan, más que de la pintura y las inauguraciones, del circo político sobre un terreno escabroso, de la buena salud de la ex avenida Roca.
Piquito de oro
GUSTAVO FERREYRA
(Seix Barral - Buenos Aires)

Ambientadas en la Argentina histórica del año 2002, luego de la crisis institucional de diciembre de 2001, dos historias paralelas se delinean en el libro.
Por un lado, un médico es asesinado en la vía pública, y se inicia la consecuente investigación judicial que busca al responsable, aún dentro de la familia del muerto. Por otra parte, la historia de un sociólogo que se dice huérfano a los 33 años, quien convive con una respetada filósofa menopáusica, y que recuerda permanentemente su infancia, y la alegría perdida por la educación y la madurez, aquella infancia cuando era un niño locuaz y (según él) gracioso, cuando era un "Piquito de oro" para sus difuntos padres.
De este modo, el sociólogo desocupado en el país de aquella época, resulta el protagonista del libro. Con innumerables rumiaciones de tintes marxistas, académicas, pesimistas, nihilistas, ese incómodo narrador, "Piquito", recorrerá junto al lector dispuesto a acompañarlo, las experiencias más inocuas y más sórdidas de la vida cotidiana. Referencias escatológicas abundan en la lengua del verborrágico Piquito, quien viste pijamas, carece de filtros éticos en sus reflexiones, y abusa de los diminutivos.
Dos diferentes esquemas narrativos enfrentan al lector desde la primera página. La farragosa locuacidad de Piquito es presentada en forma de diario, mientras que la sumatoria de los sucesos que vive la familia del médico asesinado, ha de ser leída en estilo directo, narrador omnisciente mediante.
Dos historias, dijimos, habitan el volumen. Esas historias, con sus pocos acaecimientos, con sus estériles situaciones, dejan abierto el horizonte para un análisis sociológico de lo que vivió el país en esos críticos años.
Es escaso el desarrollo de la acción en sendas historias y ello parece multiplicar el objetivo número de 279 páginas que conforman el libro. Sin embargo algo es novedoso: no sabemos si, técnicamente se trata de una novela.
Ajuste de cuentos
OSVALDO FASOLO
(UNT - Tucumán)

Es un libro con estilos variables, en el que se mezclan fraseos largos y justos.
El libro, recientemente presentado en el Centro Cultural Eugenio Flavio Virla, nos trae una selección de microrrelatos, de cuentos y de poemas; escritos varios cuya redacción data de los años setenta. De anteriores volúmenes pertenecientes al autor, como El hombre que yo inventé o De mil amores, los opúsculos conservan un carácter común, como si se tratara de textos pertenecientes a un único volumen. Algunos curiosamente anecdóticos, otros impactantes, teñidos de crueldad, de historias cotidianas y terribles, los relatos nos abren las puertas extrañas de un mundo extraño, pero real. Valga como ejemplo la experiencia de mundos paralelos que se entrecruzan en Las Manchas, uno de los cuentos; cargado de situaciones comunes y de diálogos de entrecasa, pero narrado con magnética fuerza.
El autor, a quien ya conocemos por su programa radial Perdidos en el Paraíso en Radio Universidad Tucumán, despliega una prosa certera, minimalista en algunos casos, florida y populosa en otros. Siempre efectiva. El universo en que suceden las historias es una especie de cosmos misterioso y simple, o viceversa. Con lo cual el lector obtiene resplandores del campo y de la pobre ciudad. El lector ingresa en un tiempo y un espacio sólo recuperable mediante el obstinado recuerdo, o el recuerdo de historias legadas por la tradición. El desenlace trágico, con su espíritu griego y un rostro criollo, acecha permanentemente tras los recodos de las historias. Personajes postrados parecen obsesionar al autor: una cama sudorosa o un pobre padre con los "pulmones enfermos". En tono siniestro, una broma, un descuido, un juego pueden siempre iniciar un derrotero fatal.
El estilo variable del libro, a veces en extremo seco, justo, mínimo pero suficiente, se combina con fraseos largos pero no pesados. La acción en las historias marcha a buen ritmo, ágil, terrible, como en los cuentos de Flannery O’Connor, o como en ese presuroso río de sucesos que ingenuamente llamamos realidad.
Los libros... sí muerden
ENRIQUE PREVEDEL
(El Copista - Córdoba)

Los libros necesitan apólogos, inferimos al leer esta colección de ensayos de Enrique Prevedel, que fueran publicados en LA GACETA Literaria a través de los últimos siete años. La idea de un libro que defienda la lectura de otros libros es un tanto extraña, pero a la luz de estos concisos textos, cobra absoluto significado y necesidad.
El autor trata problemáticas corrientes en los ámbitos intelectuales. Por ejemplo: qué clase de lectores existen, la adecuada lectura de los clásicos, el libro como objeto precioso, o los efectos del hábito de la lectura en el espíritu. Para ello abarca siglos de literatura con abundantes citas a grandes escritores, tales como Shakespeare, Quevedo o Cervantes, siempre con el mismo objetivo: defender lo que Borges llamara el "culto de los libros".
El título invierte el viejo refrán y nos dice: los libros sí muerden. Y en efecto, trazan huellas en el alma, que como las cicatrices que nos dejan los años, quedan para siempre.
LA GACETA
Extraña variedad.
María del Carmen Lammoglia. (Ed. La aguja de Buffon; Marzo de 2010)

Todos conocemos tejedoras de bufandas. Por lo general se trata de mujeres cercanas movidas por alguna pasión incierta. Madres, tías, o noviecitas dedicadas, que nos obsequian sus generosas ofrendas de lana entramada en Punto Arroz o Santa Clara. Habitualmente recibimos esas prendas invernales con gesto agradecido y con cierta sospecha de que quedarán olvidadas en el fondo del placard. Pero a veces ocurre la bienaventurada sorpresa: la bufanda es bonita, delicada y abrigada. Y la usamos con placer durante inviernos consecutivos, con doble satisfacción. Una, la que brinda la prenda per se: protección térmica cervical; la otra, el cariño que representa ese afortunado regalo. Un cuento breve es por definición un pequeño tejido, dada su raíz etimológica: texto. Este es justamente el caso del libro Extraña variedad, de María del Carmen Lammoglia. Su sintética prosa se combina exquisitamente con una volátil imaginación, que en muchas ocasiones comporta un grave anclaje a la realidad, a la historia. Temas como el último vaso que bebió Lugones, la realidad política actual, el destino de nuestro entrañable Perrone, deslumbran al lector al cabo de una página de cuidada semántica y melodioso ritmo. Los microrrelatos del presente volumen hacen frecuentes referencias a personajes vernáculos del Tucumán de antaño, y con ello nos brindan la calidez de un abrigo. Así, quedarán en nuestra memoria por mucho tiempo, tal como esos regalos entrañables que nos abrigan durante los inviernos.